Internet es una gran biblioteca de almacenamiento de la información a nuestro alcance. Como casi todas las cosas, su uso puede ser beneficioso o perjudicial según el interés que despierte. Y como casi cualquier novedad suele provocar miedos y rechazos a salir de la zona de confort.
En realidad, la tecnología ha facilitado la seguridad y la privacidad en las relaciones personales. Ya no estamos tan expuestos al contacto directo antes de conocer o presentarnos a alguien o algo. Tan solo hay que asegurarse de no facilitar datos personales o datos relevantes que puedan incurrir en nuestra seguridad. Y preocuparnos por nuestra reputación única y proporcionalmente a lo que queramos representar con nuestra marca personal así como lo haríamos en las relaciones directas.
Por lo demás, seguimos siendo nosotros mismos. Somos tan libres de expresarnos en nuestras vidas como cualquiera, a pesar de las opiniones subjetivas que pueda despertar al respecto. La única regla de oro que hay, como en la vida misma, es el efecto de causalidad; actuar acorde con la ética personal y consecuentemente en coherencia con nuestras decisiones. Por eso es importante aprender a tener consciencia de nuestros actos y el alcance que puedan tener, para no lamentarnos de ningún error malintencionado al que echarle la culpa a la primera sombra alargada que veamos.
Si queremos que valoren nuestra vida,
debemos respetar nuestra privacidad.
Uno de los mayores errores más inofensivos que se comete en las redes sociales, es el de compartir mucho más que información extra-oficial. Compartir información excesivamente detallada de cada uno de los quehaceres de nuestra vida cotidiana, desde como nos levantamos, pasando por intimidades cotidianas que prefiero no nombrar, hasta con quién nos vamos a la cama. En serio, cada cual es libre de vivir la vida a su manera y de exponerla como quiera, pero hay detalles que no deberían ser relevantes ni mezclarse con el resto de nuestra vida personal, ni muchísimo menos la posibilidad de que pueda interferir con la vida profesional. Hoy en día vivimos tan interconectados con la posibilidad de compartir cada instante de nuestra vida, que la soledad corre el riesgo de convertirse en un mito sino aprendemos a gestionar nuestra privacidad en cada momento.
Si valoramos nuestra vida tanto como para compartirla con los demás, también debemos cuidar esos momentos de intimidad para realizarnos y poder dar a los demás lo mejor de nosotros mismos.
Nosotros mismos debemos ser el control remoto de nuestra propia vida, para aprender a tomar decisiones y afrontar las repercusiones, para bien o para mal, esa siempre es la cuestión.